Desde el siglo XVIII el movimiento politicoeconómico liberal
inició, en algunas naciones europeas y en Norte América, su desarrollo e
implantación oponiéndose al despotismo, promoviendo la republica, las
libertades civiles, el estado de derecho, la división de poderes y la
democracia representativa de los propietarios. Por entonces, fue contestado desde
la reacción por el conservadurismo, que abogaba por el retorno del absolutismo
y las formas pretéritas de organización social estamental, y desde el
progresismo, por las corrientes socialistas reivindicadoras de la extensión de
los derechos políticos y la igualación económica.
No obstante, el “neoliberalismo” actual es un feroz conservadurismo
que pugna por la destrucción de la democracia, el estado social y la economía
mixta característicos de los Estados del Bienestar iniciados en Occidente tras
la última guerra mundial del pasado siglo. Es una enorme conspiración reaccionaria
“desde arriba”, de las élites de poder autoritarias y capitalistas, asistidas
por sus cuadros empresariales, políticos, administrativos y culturales, y
organizadas en torno a las directrices emanadas del “Consenso de Washington”, a
lo largo de los años 80, entre el
Departamento del Tesoro de EEUU, el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial.
Privatizar las empresas y los servicios públicos,
desregular los mercados financieros y laborales, eliminar las barreras y
aranceles comerciales, blindar los derechos a la propiedad privada sin responsabilidad
social, imponer una tributación fiscal regresiva y el predominio de los
impuestos indirectos, disciplinar el gasto público… Un recetario que ha logrado,
privatizando sobremanera los beneficios generales y los recursos naturales,
desnaturalizar los Estados sociales democráticos, corromper la política y la economía,
precarizar al conjunto de la población y esquilmar los ecosistemas.
Así, la globalización neoliberal ha terminado por amenazar
gravemente la viabilidad social y la sostenibilidad planetaria del mundo. Su
hegemonía tiránica y ecocida se ha tornado la mayor amenaza civilizatoria y
ecológica de la historia: el irregular progreso hacia la emancipación popular y
la autonomía ciudadana generales, y el incipiente reequilibramiento de nuestras
técnicas de supervivencia material con los requisitos de sustentabilidad
ecológica, están en serio riesgo de colapsar, subyugados a la desquiciada y
bruta materialidad de los que, enajenados de todo humanitarismo y prudencia, se
pretenden los amos de la Tierra y sus gentes, de cualquier modo y hasta el fin.
Urge desembarazarse de las manipulaciones interesadas y
de las distracciones alienantes, es preciso despertar de este esperpéntico
“sueño americano” vuelto pesadilla mundial. Empezando por denunciar la violación
semántica que implica denominar “neoliberalismo” a lo que no es más que la
reedición del diseño politicoeconómico opresor emergido en la época moderna.
Llamar “liberal” a lo que es mera dictadura de los dueños del mercado, es una
contradicción en términos.
Isaiah Berlin distinguió dos conceptos de libertad
política, la “negativa” y la “positiva”. La libertad negativa es la que permite
actuar, personal o colectivamente, sin que otros miembros o agrupaciones
sociales lo impidan o coaccionen. En nuestras sociedades el ámbito de la
privacidad es el característico de las acciones “liberadas” del control ajeno. La
libertad positiva se expresa en la necesidad y la voluntad de poder desarrollarse
como ser humano y social, en el derecho a decidir autónomamente, sin obstáculos
exteriores. Y el neoliberalismo, como ideología a favor de las élites de poder,
no cumple ninguna de estas finalidades liberadoras, más bien, las neutraliza.
En un mundo aún marcado por una dualidad social extrema, entre unos pocos
poderosos y los muchos desposeídos, cuando son los que “ya pueden” quienes
actúan sin cortapisas y hacen su
voluntad sin limitaciones, eso no es libertad, es opresión y dictadura para la
mayoría.
Xavier
Aparici Gisbert. Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.