El
funcionamiento general de las administraciones del estado español se ha visto severamente
comprometido en los últimos cinco años. Esta situación es debida al efecto que
sobre el nivel de ingresos públicos ha provocado el doble hundimiento económico
de la burbuja del ladrillo nacional y del estallido del casino financiero
internacional. Pero también a las decisiones políticas que se han tomado –y se
toman- y que nos han llevado a la extrema dependencia económica que padecen las
instituciones públicas con respecto al rector privado.
Con
la enorme recesión que ha provocado el solapamiento de estas crisis –hundimientos
que inducen las actividades especulativas de forma recurrente y, por tanto,
previsible-, redescubrimos el sentido y la importancia de asegurar el
protagonismo del estado en la economía y su prevalencia frente a los intereses particulares.
Pues, en un mundo de asalariados cuando las elites del dinero fuerzan -una y
otra vez- los mercados hasta colapsarlos, para quienes son despedidos del
sistema solo restan o la asistencia del estado social y democrático o la
miseria.
Esto no es nada nuevo. La voracidad en la
privatización de la riqueza producida y la irresponsabilidad social son señas
de identidad del capitalismo. Por eso, después del descalabro económico y
social que provocó el liberalismo en la economía con el crack de 1929, en los
países más poderosos se reelaboraron las reglas del juego. Tras la 2ª Gran
Guerra, se ampliaron notablemente las atribuciones y los recursos de los
estados para paliar los desbarajustes capitalistas, redistribuir los beneficios
socialmente y planificar y sostener políticas económicas de interés general. Y
así, los llamados estados del bienestar, desde mediados de los 40 a mediados de
los 70, consiguieron “cuadrar el círculo” de asegurar, como nunca antes, el
nivel de vida general y la seguridad social de sus ciudadanías de a pie y, a la
vez, mantener un crecimiento económico notable.
Hoy,
en pleno desastre global por el nuevo crack,
esos mismos estados, desposeídos de sus propiedades estratégicas y sus recursos
políticos fundamentales tras las tres décadas de dominio neoliberal, se
encuentran sumidos en la trampa del endeudamiento “soberano” y sus ciudadanías
malviven en indefensión y empobrecimiento crecientes.
Y
es que el neoliberalismo no tiene nada de nuevo: es el remoce contemporáneo del
conservadurismo más reaccionario, el que defiende políticas opresoras anti
democráticas, economías parasitarias de explotación y dinámicas sociales de extrema
dualización. Y tampoco defiende la libertad, sino para los que ya mandan en la
política, la economía y la sociedad. Que las cúpulas de poder campen a sus
anchas –que es lo de siempre- no es libertad, es opresión. Lo nuevo, lo
liberador es la profundización en el protagonismo democrático de los y las de
abajo.
Además,
la imposición de esta hegemonía reaccionaria en España ha revestido tintes de auténtica
usurpación por parte de las élites políticas que, representando las vertientes
izquierda y derecha de un aparente bipartidismo, vienen gobernando la
generalidad de las instituciones políticas.
Esta
“clase política”, más que aplicarse en velar por el cumplimiento y desarrollo de
los valores democráticos, los mandatos constitucionales y la propia legalidad, vista
la extrema corrupción que no deja e aflorar, a lo que parece que se han
dedicado, sobretodo, es al despilfarro de los recursos públicos y al clientelismo
político connivente con las oligarquías. El escándalo es tan mayúsculo que en la
última encuesta del CIS el descrédito de los dirigentes políticos es ya un
clamor popular.
Desde
luego, gente así, no nos representa. Y, por fin, ya lo sabemos.
Xavier
Aparici Gisbert. Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.