16 ene 2012

CONCIENCIA Y ACTITUD PERSONAL

El término conciencia, procede del latín conscientia, que significa “conocimiento compartido”. Así pues, este concepto expresa algo más que el darse cuenta psicológico, el mero estar consciente. En su dimensión personal, la conciencia se refiere al auto conocimiento, a la facultad inteligente que nos posibilita tomar decisiones acertadas, hacernos cargo de nuestros actos y responsabilizarnos de sus consecuencias.
Con todo, saber lo que es beneficioso y perjudicial para nuestros modos de ser y nuestros objetivos vitales, es un asunto muy complejo y así se refleja en la historia cultural. Para cubrir el anhelo de los seres humanos de encontrar sentido a nuestras vidas y a nuestro mundo, sobretodo en la antigüedad, se elaboraron diferentes mitologías y credos religiosos y, más tarde, en la modernidad, se conjeturaron diversos sistemas ideológicos. El pretendido carácter sobrenatural y consolador de las concepciones transcendentes y la supuesta comprensión totalizante de las ideologías, aún perdurando, han ido perdiendo apoyo y fuerza en las culturas donde se valoran más el pensamiento crítico y el conocimiento experimental. Así, frente al “más allá” y las explicaciones “ideales” de los fenómenos humanos, han surgido nuevos modos de certidumbre mucho más modestos, pero bastante más intersubjetivos, es decir, más acordes con las facultades y capacidades comunes a todos los seres humanos.
Aún así, continuamos desarrollando nuestras personalidades insertos en conceptos y valores culturales, en muchos aspectos, convencionales y contradictorios. Y aunque, ciertamente, las actuales sociedades de nuestro entorno cultural se mueven -empleando los términos de Kant- hacia la “ilustración”, todavía permanecen lejos de ser “ilustradas”, si es que ello llegará a alcanzarse alguna vez.
Por lo demás, “tomar conciencia” requiere de algo más que inteligencia. Porque los seres humanos siempre somos –tanto en los aspectos biológicos, como en los sociales- con los demás y para los demás, nos desarrollamos en estrecha vinculación con otras personalidades con las que debemos pactar vías compartidas de “vida buena”. Y este es el ámbito de la ética.
La conciencia personal, para ser completa, requiere del ejercicio perseverante de las facultades intelectuales y de la práctica coherente de la sensibilidad moral. Estas destrezas son las que nos permiten prosperar hacia una comprensión clara e integral de nuestra condición y llegar a ser sujetos tan autónomos, como solidarios. Por el contrario, la lucidez y la compasión, por separado o mal complementadas, tienden a extraviarse mutuamente y a crear monstruos de falso conocimiento y de entrega tramposa. Los expertos de las organizaciones llamadas “tanques de pensamiento”, mercenarios al servicio de grupos de presión antisociales, representan la indignidad de quienes instrumentalizan técnicas y saberes, desvinculándolos de sus responsabilidades públicas. Los activistas de la caridad y el socorro que no atienden a las causas del desposeimiento de los empobrecidos, muestran a las claras, las contradicciones de los
asistencialistas miopes. “La verdad y el bien”, en asuntos humanos, no se dan desligados.
La conciencia auténtica y comprometida se empodera cuando se expresa en actitudes apropiadas. “La actitud es […] cierta forma de motivación social que impulsa y orienta la acción hacia determinados objetivos y metas. […] la actitud se refiere a un sentimiento a favor o en contra de un objeto social, el cual puede ser una persona, un hecho social, o cualquier producto de la actividad humana.” (Wikipedia). Es decir, no toda conciencia “sabe”, no toda ética “quiere”, ni toda actitud “sirve”. Hay que cuidar los contenidos, los sentimientos y las formas, para conocer, amar y crear con coherencia y eficacia. A uno mismo y a los demás. Todo un reto, toda una misión, toda una obra. Pero ¿hay algo mejor en que emplear el tiempo en que estamos vivos?